FRASES HECHAS 3

FRASES HECHAS 3

Ven a mi cuarto de estar, dijo la araña a la mosca.

La trampa estaba minuciosamente preparada y el cayó como un primo. Le había mirado varias veces durante la mañana e incluso le había sonreído en una de las ocasiones.

Él que ya había abandonado toda esperanza con ella, se atrevió a soñar durante unos instantes y fue como si una bocanada de aire fresco y perfumado entrara en sus pulmones.

Mientras encuadernaba un informe en la fotocopiadora, ella se acercó a copiar unos documentos y le dijo. –Hola Rodrigo. Cuanto tiempo sin hablar… ¿Cuánto tiempo? Como si le hubiera hablado directamente alguna vez. –Sí, preparando un informe para el jefe- Contestó. Vaya comentario tonto. No me había preguntado por el informe, pensó.

Pero ella le respondió con una sonrisa, como si no hubiera caído en la tontería de su comentario. –¿Has cambiado de coche? El otro día te vi con un coche muy bonito. –No, lo tengo más de cuatro años, pero lo cuido bastante y…- Ella le interrumpió, sin dejar de sonreír, mirándole fijamente a los ojos, como si quisiera captar su atención antes de continuar. –¿podrías llevarme luego a casa?

Se hizo un pequeño largo silencio, mientras Rodrigo terminaba de procesar sus palabras. Al final se hizo la luz en su cerebro y lo vio como un regalo del cielo. Ella quería que la llevara a casa y eso, para él, era como jugar la final de la champions.

Era un día maravilloso y podía ser una tarde mejor… –Sí, claro- Acertó a decir solamente. -Pues, hasta luego- Le dijo ella, con una mirada de complicidad, de esas que parece que te abren las puertas del cielo.

El resto del día fue rodado… No importaba gran cosa lo que fuera ocurriendo. Ni el jefe, ni las llamadas, ni los compañeros, podían afectar a la sensación de victoria y felicidad que embriagaba a Rodrigo.

El tiempo iba lento al final de la jornada, pero finalmente el reloj dio la hora de terminar y Rodrigo se encontró buscando a Virtudes entre el resto de trabajadores.

El trayecto a casa discurrió sin contratiempos, a pesar de andar distraído mirando sus preciosas piernas. Ella reía y hablaba. Él era sencillamente feliz.

Le pidió que aparcara junto al portal y le dijo si quería subir a tomar algo y él tuvo que contenerse para no explotar como si su equipo hubiera marcado un gol por la escuadra. -Siéntate- Comentó. Él se estaba acomodando en el sofá, cuando de repente su esperanza se vino abajo, como un castillo de naipes y noto un agudo dolor en el estómago.

Era como si la luz se hubiera atenuado y algo le asfixiara. Necesitaba salir de allí, pero ya era demasiado tarde. Ella se había sentado a su lado y le preguntaba. -¿Rodrigo, tú crees que le gusto a tu amigo David? -Bueno, supongo que sí- dijo lentamente, mientras asumía cuál era su verdadero papel y porqué estaba allí.

Mantuvo el tipo lo mejor que pudo, evitando que se le saltaran las lágrimas y se agarró a la frase de Serrat, como si de un flotador emocional se tratara. “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

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