SACRIFICIO DE PEÓN

SACRIFICIO DE PEÓN

El campo de batalla estaba preparado y como si de un ritual se tratara, los contendientes ubicaban sus ejércitos para empezar la contienda. Una guerra se puede perder antes de iniciarla, por eso es importante, cada gesto, cada mirada, cada decisión que se toma. Un cruce de miradas te puede hacer intuir la estrategia que debes desplegar. Maquiavelo avisaba a su príncipe de ello.

Un trebejo tras otro fue ocupando su escaque, hasta que todos estaban en su sitio. El ejercito de las 16 piezas blancas, contra el de las 16 piezas negras: Las torres esquinadas protegiendo sus territorios. Los alfiles y los caballos dispuestos a recorrer el frente de batalla. La dama y el rey poderosos, pero este último necesitado de protección, porque su muerte representa la derrota.

Y delante de ellos, como una muralla defensiva, los peones, de rudimentario movimiento, pero fieles y robustos. Cuántas batallas se han resuelto gracias a ellos.

Él era un peón. Estaba acostumbrado a pelear hasta el final y no dudaba nunca en avanzar hacia el enemigo. ¿Por qué? Así era el juego y había que jugarlo. Pero ese no era el único motivo…

La batalla era cada vez más cruenta, la apertura ya había finalizado y tras el despliegue inicial del ejército, ya habían empezado a haber bajas: un caballo blanco, un alfil negro y un par de compañeros peones.

Él había avanzado un par de veces y se encontraba cara a cara con el enemigo. La tensión iba creciendo conforme las piezas se movían a su alrededor. El aire traía olor a frustraciones reprimidas y miedos contenidos.

No había podido verla en toda la batalla, pero ahora se encontraba a su lado, en el escaque contiguo, a una sola casilla y podía verla de reojo. ¡Estaba imponente! No quiso que le afectara y contuvo el aliento, sin dejar de observar cualquier posible celada del enemigo, frente a él. Por detrás el Rey se defendía enrocándose con la torre. Pero ella se movía en pleno campo de batalla, arriesgándose, buscando debilitar las posiciones enemigas.

Cada vez menos piezas ocupaban el tablero y los que quedaban gozaban de un mayor margen de movimientos, aunque debían tener más cuidado con qué casillas controlaban. Cada movimiento podía significar mejorar la posición o empeorarla.

Él no podía moverse de esa manera y debía avanzar con cuidado, ya que cada paso que daba, no podía ser desandado ¿No es así siempre? De repente la dama estaba en peligro. La situación era crítica y él no lo dudó un instante. Tenía que acabar con esa pieza que ponía en peligro a “su dama” y lo hizo. Sabía que iba a ocurrir a continuación, pero lo aceptaba de buen grado.

Fue retirado del campo de batalla, mientras el cruento enfrentamiento continuaba su curso. Mientras salía pareció observar una leve sonrisa en ella, o tal vez se lo hizo la imaginación. Ella era la dama y él solo un peón, que se había sacrificado. Era lo que tenía que hacer y además estaba feliz de haberlo hecho. ¿No era ese el espíritu del juego? ¿No es eso el amor en el fondo? Sacrificio, sin esperar nada a cambio…

La batalla terminó en tablas. Tanta lucha, para eso. Los trebejos volvieron a la pequeña caja de madera. El tablero quedó con sus 64 escaques vacíos. Pero en cualquier momento, volvería a iniciarse otra partida.Ya lo dijo Borges y antes de él, lo escribió Omar. Ajedrez, guerra, amor y vida, son como un bucle infinito y todos somos peones.

¡Bien vale tu sonrisa mi sacrificio!

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