AGUACERO

El cielo amenazaba lluvia y hacía mucho tiempo que no llovía. Hacía falta que lloviera y la pertinaz sequía se había convertido en un tema permanente de los telediarios. Preocupaba que no lloviera y preocupaba que lo hiciera de manera exagerada, como ocurre también de manera habitual en nuestra zona.

Pero tampoco era la primera vez que el cielo prometía lluvia y luego no caía ni una gota. Como todos, el cielo también puede incumplir sus promesas, así que salí de casa envuelto en mis desasosiegos, olvidando la precaución de coger un chubasquero o un paraguas.

Llevábamos 15 minutos andando mis problemas y yo, abstraídos y ensimismados, cuando un gotón en la frente me devolvió a la física realidad. Un acelerado conjunto de gotas me hicieron comprender, que la cosa iba en serio y que el cielo esta vez estaba cumpliendo su promesa y de qué manera, porque en menos de 5 segundos las gotas se habían convertido en una cortina de agua que lo mojaba todo.

Correr tenía sus riesgos, pero quedarse parado en mitad del aguacero tampoco parecía sensato, así que apreté el paso hasta poderme proteger bajo los balcones de unas viviendas cercanas.

Una vez a cubierto, pude dedicar mi atención a ver el conjunto de la postal que se presentaba a mi vista. El parque, los árboles, las aceras, los edificios, la gente moviéndose para protegerse. Todo tenía belleza en su conjunto y a pesar del inconveniente de haberme mojado y de tener que esperar a que escampara para poder moverme de mi improvisado refugio, me hacía sentir mejor.

Los problemas parecían diluirse en la tormenta y la naturaleza parecía decirme que todo puede cambiar, que cualquier momento puede ser bueno a pesar de sus inconvenientes y que después de la tormenta siempre vuelve a salir el sol e incluso se puede pintar un bello arcoíris ante nosotros.

De vuelta a casa paseaba más tranquilo y una sonrisa asomaba a mi rostro. No es que no persistieran los mismos problemas, pero yo me sentía diferente ante ellos y creía sinceramente que podía encontrar el arcoíris al final, si era capaz de abordarlos con sosiego y lógica.

Esa noche volvió a llover y desde la ventana del salón me sorprendí largo rato mirando como resbalaban las gotas por el cristal y como el paisaje parecía otro al del día anterior. ¿Es triste la lluvia? No! Pero afecta a nuestro estado de ánimo y no tiene por qué ser negativamente.

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