INSOMNE -3- AMANECER

Mañana del Martes.

Abrí un ojo para comprobar si había luz. Ya era de día. Aunque las persianas seguían bajadas entraba luz por las rendijas superiores. Me forcé a abrir el otro ojo y terminé de despertar. De golpe, me invadió una ola de desasosiego, mientras los recuerdos de la noche anterior volvían a mi consciencia. ¿Recuerdos o Sueños? Con la pregunta flotando aún en mi mente, hice un esfuerzo para mantener la calma y eché un vistazo a mi alrededor. Todo parecía normal. Me incorporé y abrí un poco una de las persianas, para comprobar detalladamente el paisaje de la habitación: nada extraño. Había desorden, pero era el normal en una mañana laboral.

Mi mujer no estaba. Se habría ido a trabajar temprano, usando el transporte público. Eso tampoco estaba fuera de lo habitual, ya que algunos días yo entraba a trabajar una hora más tarde que ella.

Poco a poco, la idea de que el episodio de la noche anterior se había tratado de una pesadilla, iba cogiendo cuerpo en mi mente. Me tranquilizaba pensarlo, aunque no podía olvidar lo vívido que seguían esos momentos en mi ánimo y la angustia soterrada que seguían generando.

Era tarde y había que ponerse en marcha: asearse, vestirse y marchar al trabajo. Antes de iniciar el rito cotidiano, no pude evitar acercarme a la puerta de mi habitación, que se encontraba entornada y abrirla con cuidado. Miré con cierta prevención hacia el pasillo…

Todo estaba como siempre. Era mi pasillo, era mi puerta, eran mis interruptores… estaba cuerdo. Evidentemente se había tratado de una pesadilla y no había nada por lo que preocuparse. Podía continuar con mi vida normal… y sin embargo una pequeña luz de alarma seguía encendida en un lejano rincón de mi cabeza.

Mientras me duchaba, canté algunas canciones para relajar la mente: Pedro Navaja de la Orquesta Platería, la rana y el príncipe de Serrat y los fantasmas del Roxy, también del maestro. Como dice el refrán, cuando el español canta, o está jodio o poco le falta. Hay otro que dice que los males espanta, pero en mi caso no lo había conseguido.

Afeitándome, mis pensamientos seguían dando argumentos para tranquilizarme y recordé que hace un par de semanas tuve un sueño en que huía con un niño pequeño de la mano, mientras que unos vampiros nos perseguían para matarnos. Resultaba que el niño y yo también éramos vampiros caídos en desgracia. Me desperté sudando y con el miedo en el cuerpo, pero con la certeza de haber padecido un sueño.

Ah y hace un mes fue peor. Soñé que jugábamos en una piscina, a tocar la pared sin que el contrincante pueda tocarte antes a ti. Yo nadaba de un lado a otro intentando esquivar a mi contrincante, que en el sueño se trataba de un compañero de trabajo. En un descuido suyo, esprintaba hacia el fondo para tocar la pared. El otro se acercaba a mí a gran velocidad, pero creía que podía conseguirlo, así que salté desesperadamente para tocar la pared y ganar. ZAS, salté de verdad y con fuerza, cayendo de la cama. Eran las 5 de la madrugada. Mi mujer se despertó sobresaltada preguntando lo que había pasado. La tranquilicé explicando lo ocurrido y aunque yo había recobrado el control rápidamente, me había dado un trompazo considerable contra el suelo. Sangraba en la barbilla, por un corte que me había hecho con la esquina de la mesita de noche y me dolían el cuello, el hombro y el costado, con el que había aterrizado “fuera del agua”. Lo peor es que no sé si llegué a ganar…

Estuve renqueante del cuello y el hombro más de una semana, pero evidentemente se había tratado de otro sueño. Eso mismo tenía que haber sucedido de nuevo. Otro sueño, más elaborado e inquietante, pero igual de inofensivo. Me dejé llevar por unos instantes y declamé en voz alta la maravillosa frase de Calderón de la Barca: Que la vida todo es sueño y los sueños, sueños son. Me propuse releerla después de acabar con la trilogía de la torre oscura de Stephen King, que estaba leyendo ahora. Seguí divagando y recordé el chiste sobre la obra de Calderón: La vida es barca, Calderón de los sueños.

Por un instante, me había evadido del problema, pero a pesar de haberlo hecho y a pesar de los argumentos que había intentado esgrimir para autoconvencerme, la lucecita seguía parpadeando… La alarma decía: no me convence ¡No me convence!

Salí con el coche de casa y el día me envolvió en su compleja telaraña de rutina. Las noticias en la radio, el tráfico agobiante y una llamada telefónica que te empujan a la realidad del día a día. En el trabajo ya te esperan decisiones y tareas apremiantes, que te absorben y te hacen permanecer en un plano más prosaico, no dejando espacio para reflexiones profundas.

Trabajo, alguna conversación intrascendente sobre actualidad política, futbol o alguna película que alguien vio el fin de semana. Comer, terminar un par de cosas y el día se ha ido en un suspiro. Otro día al limbo. A los hombres nos gusta creer que matamos el tiempo, pero es el tiempo el que acaba matándonos a nosotros de manera inexorable.

Durante la cena, después de ver las noticias, tan frustrantes y deprimentes como siempre, bajé la voz a la TV y comenté con mi mujer la historia del sueño, bueno, pesadilla. Ella me contaba un problema que había tenido con su jefe, un gilipolla integral que pretendía cobrar sin dar un palo al agua y descargaba sobre ella las responsabilidades. Así que me pareció más importante darle apoyo en el tema y no insistí con mi obsesionante pesadilla. Al fin y al cabo, solo era eso, una pesadilla y no tenía importancia, pero seguía viendo ese pequeño parpadeo, al fondo a la derecha…

Me despisté y dejé de oír a mi mujer, aunque probablemente parecería que seguía atendiendo, pero yo me encontraba en aquella habitación y volvía a ver los ojos del extraño, mientras escuchaba en mi mente sus inquietantes palabras:

Todo a su debido tiempo. Todo a su debido tiempo.

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