ZOMBIS

¿Qué Somos?

Somos retazos de ayer fundidos en el hoy…

Sin eso,

¿De qué sirve ese hoy?

Y ¿Qué es el mañana?…

Sino un páramo vacío

y desalmado.

Los zombis existen,

pero es otra cosa la que nos devora el cerebro.

Cuando no reconocemos a nuestros hijos, parejas o amigos,

cuando aquello que era importante y hacía de nosotros un ser único y diferente,

se pierde en la oscuridad de la nada…

¿Qué somos?

¡Fantasmas del ayer!

!Zombis del hoy¡

… y dolor de las almas …

GOTERAS

Con goteras en el alma,  
anuncio de fuertes lluvias
y los ojos apretados
evitando que las lágrimas fluyan.

Te tomas otra pastilla
de control anestesiado
para dar tranquilidad
al cerebro que no siento.

Química para intentar atar
huracán de sentimientos
y soportar los reproches
que yo mismo clavo en mi pecho.

Frustración. 
Hastío.
Dolor. 
Vacío.
Carrusel de pensamientos,
buscando en qué me equivoqué:
idea, procedimiento,
hechos, dichos o momentos...
Desde que nació
y aún antes
cuando era solo sueños.

Lo he tenido que hacer mal
intentando hacer perfecto.
Pero en un punto,
No sé, ni supe, ni se saberlo.

Pena de libre albedrío.
Mísera conciencia y razón.
Tanta carga y tanto peso.
Tormenta que sigue cayendo
con el silencio callado
y las goteras de alma
encharcando el corazón.

AGUACERO

El cielo amenazaba lluvia y hacía mucho tiempo que no llovía. Hacía falta que lloviera y la pertinaz sequía se había convertido en un tema permanente de los telediarios. Preocupaba que no lloviera y preocupaba que lo hiciera de manera exagerada, como ocurre también de manera habitual en nuestra zona.

Pero tampoco era la primera vez que el cielo prometía lluvia y luego no caía ni una gota. Como todos, el cielo también puede incumplir sus promesas, así que salí de casa envuelto en mis desasosiegos, olvidando la precaución de coger un chubasquero o un paraguas.

Llevábamos 15 minutos andando mis problemas y yo, abstraídos y ensimismados, cuando un gotón en la frente me devolvió a la física realidad. Un acelerado conjunto de gotas me hicieron comprender, que la cosa iba en serio y que el cielo esta vez estaba cumpliendo su promesa y de qué manera, porque en menos de 5 segundos las gotas se habían convertido en una cortina de agua que lo mojaba todo.

Correr tenía sus riesgos, pero quedarse parado en mitad del aguacero tampoco parecía sensato, así que apreté el paso hasta poderme proteger bajo los balcones de unas viviendas cercanas.

Una vez a cubierto, pude dedicar mi atención a ver el conjunto de la postal que se presentaba a mi vista. El parque, los árboles, las aceras, los edificios, la gente moviéndose para protegerse. Todo tenía belleza en su conjunto y a pesar del inconveniente de haberme mojado y de tener que esperar a que escampara para poder moverme de mi improvisado refugio, me hacía sentir mejor.

Los problemas parecían diluirse en la tormenta y la naturaleza parecía decirme que todo puede cambiar, que cualquier momento puede ser bueno a pesar de sus inconvenientes y que después de la tormenta siempre vuelve a salir el sol e incluso se puede pintar un bello arcoíris ante nosotros.

De vuelta a casa paseaba más tranquilo y una sonrisa asomaba a mi rostro. No es que no persistieran los mismos problemas, pero yo me sentía diferente ante ellos y creía sinceramente que podía encontrar el arcoíris al final, si era capaz de abordarlos con sosiego y lógica.

Esa noche volvió a llover y desde la ventana del salón me sorprendí largo rato mirando como resbalaban las gotas por el cristal y como el paisaje parecía otro al del día anterior. ¿Es triste la lluvia? No! Pero afecta a nuestro estado de ánimo y no tiene por qué ser negativamente.

ASFIXIA

Tener que tener tener

obligarnos a obligar

ambicionar la ambición

felices de infelicidad.

Regocijarnos de compromisos

que comprometen el yo

lleno de absurdo vacío

y fuerzan nuestros caminos

a un abismo de dolor.

Tomar pastillas con ansia

para quitar la ansiedad

y arrebatarnos sosiegos

a fuerza de complicar.

¿Así queremos vivir?…

¿ O no nos dejan cambiar?

PAJARICOS -1-

mil novecientos setenta y pocos…

Al despertar seguía aturdido. La primera impresión fue que no era mi cama, de hecho ni siquiera era mi habitación. Al moverme para intentar levantarme noté algo raro entre las sábanas y al destaparlas observé unos pequeños cristales cuadrados gruesos y entonces, el recuerdo vívido de la cabeza de aquella señora chocando contra el parabrisas de nuestro coche y haciéndolo añicos, con todos esos cristales volando hacia nosotros, me volvió a la memoria.

No había sido un sueño. Todo había sucedido en realidad, aunque pareciera increíble…

El día anterior nos encontrábamos en el aeropuerto de Tenerife, esperando un vuelo que tenía que devolvernos a la península. Mi padre, mi madre y yo habíamos pasado una semana increíble en Canarias. El valle de la Orotava, La Gomera, La isla del Hierro y la Palma de Gran Canaria entre otros, habían formado parte de nuestro deambular por las islas.

El aeropuerto de los rodeos, hacía honor a su nombre y en él siempre llovía o había niebla, obligando a los aviones a dar vueltas antes de poder aterrizar o retrasando su despegue. Nuestro vuelo a Madrid llevaba toda la noche de retraso y a las 7 de la mañana anunciaban su próxima salida. Mi madre se acercó al aseo antes de iniciar la subida al avión y ahí comenzó nuestra odisea.

Delante del wc se encontraba abierta la tapa de registro que da acceso al bote sifónico y mi madre tuvo la mala suerte de que el anillo con perla majórica, que formaba parte de un juego de collar y pendientes que habíamos comprado en las islas, cayera en él al subirse las bragas, después de mear. A partir de ahí mi padre, yo, la señora de la limpieza, todos intentamos meter el brazo en el hueco del bote sifónico para extraer el anillo, introduciendo trapos para sacar el líquido y poder acceder al mismo. Más de una hora de esfuerzos infructuosos, que habían culminado con el avión esperando nuestro acceso y la seguridad del aeropuerto con nuestros datos, por si más adelante un fontanero podía obtener mejores resultados.

Al final, mi padre pudo alcanzar el anillo y aunque terminó con el brazo muy arañado, nos sentimos dichosos por poder subir al avión con todo resuelto. Volamos hasta Madrid y recogimos nuestro coche que nos esperaba en un parking del aeropuerto de Barajas.

Parecía que ya solo quedaba la rutina de volver a casa: cuatro horas de carretera con alguna parada para estirar las piernas, tomar algo e ir al aseo, pero la cosa iba a ser bastante diferente.

Al poco de coger la M30 para salir de Madrid y yendo por el tercer carril a 90 Km. por hora, de delante de una furgoneta, apareció una señora corriendo, intentando atravesar la carretera. Mi padre frenó de golpe y por un instante pareció que la señora lo iba a conseguir, pero no fue así. Acabó golpeándose en el faro izquierdo de nuestro Seat 1430 y destrozándose la cabeza contra el borde metálico del parabrisas. En medio del caos de aquellos instantes, recuerdo cómo a cámara lenta su cabeza chocando, el sonido del golpe y la posterior lluvia de cristales que se nos vinieron encima. Murió al instante.

Después, atestados, levantamiento del cadáver, y explicaciones de la Guardia Civil: la frenada correcta, que no se podía hacer nada, que si hubiéramos cambiado de carril podríamos haber causado un accidente mayor, que no debíamos hacer nada por conocer a la familia de la víctima, que nunca se sabe como pueden reaccionar, que nuestro seguro nos avisaría y adiós.

Entre unas cosas y otras ya era por la tarde, domingo por la tarde y sin cristal delantero. Podíamos buscar un hotel y esperar a reparar el cristal al día siguiente o intentar llegar a Minaya, el pueblo de origen de mi padre y donde vivían mis abuelos, en Albacete y a mitad de camino aproximadamente de nuestra casa en Alicante. Ya teníamos pensado parar a saludar, pero ahora se trataba más de una parada necesaria.

Pues cogimos carretera con la incomodidad de no llevar el cristal, con precaución, pero esperando no tener mayores inconvenientes para llegar al pueblo. Ingenuos!

En mitad de la mancha, en una zona bastante despoblada, lejos todavía del pueblo de mi padre, empezó a llover. Era primeros de septiembre y lo que parecía una pequeña tormenta de verano, acabó siendo una granizada de aupa. Tanto parados como circulando nos mojábamos. El agua y el granizo entraban en el coche y aquello parecía que no iba a parar nunca. Nos tapábamos con ropa de la que llevábamos en las maletas y junto con los nervios y el cansancio acumulados del día, hubo momentos de angustia y desesperación. Por fin amainó y pudimos llegar a Minaya.

Caer en la cama y dormirme fue todo uno, pero al despertar la mañana siguiente y descartar que se había tratado de un mal sueño, una mezcla de tristeza y alivio se apoderó de mí. Todo lo que había ocurrido era como para querer olvidarlo, pero al fin y al cabo estábamos bien, en casa de mis abuelos y con unos días por delante para recuperarnos.

Evidentemente aquella señora, de la que nunca llegué a saber nada, se llevo la peor parte. Aunque cometiera una irresponsabilidad que pagó muy cara, desconozco qué motivaciones pudo tener para cruzar así la M30, pero todo el cúmulo de acontecimientos que se combinaron aquel día, todavía me hace pensar en ello cuarenta y cinco años después y alguna vez me he despertado con desasosiego, en medio de una lluvia de cristales, agua y granizo.

Vaya día! Cómo para no recordarlo…

INSOMNE -1- RELAMPAGUEO

Tiempo actual. Madrugada del Martes.

Llevaba más de una hora intentando dormirme. Había empezado repasando momentos concretos de la cronología del día, para analizar las opciones que había tenido y las repercusiones que podrían tener mis decisiones. Al final fantaseaba con momentos inconexos e imágenes seudo reales de lo que debió ser y lo que no debería haber sido, intentando dejar la mente en blanco y con espacio para el sueño. Pero estaba cada vez más nervioso y agitado. Era muy tarde y la hora de tener que despertar para la próxima “función diaria”, cada vez se presentía más cerca…

Entonces, me devolvió a la consciencia una luz que relampagueó en la entornada puerta de la habitación. Fue solo un segundo, pero la había visto y no entendía que podía ser. Mi hijo no dormía hoy en casa y mi mujer estaba dormida a mi lado en la cama. La televisión estaba encendida, con el temporizador puesto, para que se apagara una vez que me hubiera dormido, o esa era la intención.

A una prudente baja voz, unos peleles discutían por el mero afán de llenar sus vacíos y los nuestros, con otros pensamientos vacíos. Fútbol, política, economía, cultura o cotilleos, cualquier droga vale para acallar el atronador silencio que nos angustia. 

Ahora no parecía que hubiera luz y la rendija se veía oscura, pero eso no me dejaba tranquilo, así que tras dudarlo un segundo largo, me levanté y me dirigí hacia la puerta, intentando escuchar si había algún ruido que proviniera de fuera de la habitación. Antes de llegar a la puerta, como si de un efecto premeditado se tratase, la televisión se apagó dejando la habitación en penumbra, solo iluminada por los dígitos rojos de los despertadores.

Se hizo el silencio y me sobrecogí, aunque mi mente racional me dijera, en un intento de mantener el control, que no había ningún motivo para asustarse. Todo era normal y no había de que preocuparse… Agarré la puerta y la abrí ligeramente, asomando la mirada hacia el exterior.

Todo estaba tranquilo y oscuro, aunque había una ligera iluminación que venía de una lucecilla de esas, que cuando están apagadas dejan una pequeña luz blanca de emergencia, para cuando hay que moverse en la noche con prisa y sin encender las luces normales. Había sido una falsa alarma y me descubrí dándome la bronca a mí mismo por haberme preocupado y diciéndome, que así no habría manera de descansar y que mañana iba a estar hecho polvo.

Cuando de repente algo me chirrió y concentré mi atención otra vez en el pasillo. Parecía como más largo y no podía ver el final. Así que mi mano se desplazó por la pared buscando el interruptor de la luz. Palpé hasta encontrarlo y lo pulsé, pero no ocurrió nada. Hice dos clics sucesivos y siguió sin encenderse. Le di dos vueltas en mi cabeza y decidí que deberían de ser los plomos. Habrá saltado el automático general. Tal vez por eso se apagó la tele y los relojes tienen pila, para seguir funcionando, aunque no haya corriente.

Voy a ponerme la bata, porque empiezo a notar el frío y bajo a encender el automático. No puedo dejar toda la noche el frigorífico sin corriente. También puede haberse ido la luz de forma general, en cuyo caso solo se puede esperar que vuelva pronto. ¿Dónde tengo la linterna? Sí en la cesta de encima del cabezal de la cama.

Me puse la bata y cogí la linterna. Estuve tentado de probar a encender la luz de la habitación, pero no quería despertar a mi mujer, que dormía plácidamente y de repente me fijé en la tableta que estaba cargando junto a mi mesita y que indicaba eso, que estaba cargando. Hay luz, pero entonces ¿por qué no se ha encendido la del pasillo? 

Con la duda otra vez en la mente y un poco más intranquilo, me dirigí de nuevo hacia la puerta encendiendo la pequeña linterna, abriendo y alumbrando al pasillo.La sorpresa fue de esas que te dejan en estado de shock. Ese, no era mi pasillo. Ni el suelo, ni el color de la pared, ni lo cuadros, ni tan siquiera el modelo de interruptor, que había intentado pulsar, coincidían con los de mi casa. Solo me acertó a venir de manera racional la pregunta: ¿Qué está pasando?

Miré hacia atrás y mi habitación parecía normal, la hora en el despertador marcaba las 03:33, mi mujer dormía y yo no sabía qué hacer. Una parte de mi deseaba volver a la cama y taparme hasta la cabeza. Eso parecía lo más adecuado. Pero por otro lado ¿Cómo mantener la cordura y dar la espalda a una sensación tan inquietante? Además del sentimiento de curiosidad que luchaba contra el miedo. En medio de esa parálisis que me había atenazado, un cambio casi imperceptible al fondo del pasillo me saco de mi estado cataléptico y me hizo avanzar un paso, de forma casi instintiva.  

Me volví a parar y agudicé mis sentidos esperando algún sonido o imagen que aportara lógica a la situación. Recorrí con la linterna el territorio desconocido, intentando reconocer algún elemento e hice un medio giro, para asegurarme de que mi dormitorio seguía ahí. Pero no, la puerta de mi dormitorio ya no tenía el mismo aspecto de la que acababa de abrir desde el otro lado y como si ya estuviera seguro de ello, observé que estaba cerrada y un sudor frío me empezó a brotar, mientras mi mano se acercaba al pomo, para comprobar que no respondía al intentar abrirla. 

¿Qué demonios estaba pasando? Me volví a preguntar, mientras atropelladamente volvía a recorrer la estancia con mi linterna, menos seguro de mí mismo. Me dio tiempo de repasar los relatos y películas de miedo que he visto, para buscar una referencia donde encajar la situación. Siempre me ha parecido absurdo que en las películas de zombis, los personajes no sepan reconocer lo que sucede, con la cantidad de películas que ya han visto sobre el tema. ¡Son zombis, COÑO! Parece gritarles nuestra superioridad intelectual. ¿Qué me estarían gritando a mí? ¿Abducción extraterrestre? ¿Fenómenos paranormales? ¿Posesión? ¿Locura?… 

Otra vez el relampagueo de la luz, me sacó del ensimismamiento reflexivo en el que me encontraba y además había visto de dónde provenía. A unos 3 metros delante de mi situación, había una puerta entreabierta y dentro se había producido el reflejo luminoso. Bueno era cuestión de permanecer allí quieto, de intentar llamar a la puerta de donde se suponía que había llegado, de irme en otra dirección o de acercarme a la puerta de donde venía la luz. 

Con un punto de sarcasmo mental, me vino la famosa frase “¡No vayas hacia la luz Caroline!” del clásico Poltergeist, pero intenté descartarla inmediatamente, por poco tranquilizadora y pensé también en cuantas películas de miedo he reprochado al personaje acercarse al lugar de su asesinato, preguntando ¿Eres tú Peter? ¡No tiene gracia esta broma!… Lo cierto es que no tiene puñetera gracia, cuando te está ocurriendo a ti, pero me sorprendí caminando hacia la luz sin saber que decir, ni hacer.

De hecho, ahora estaba oscuro otra vez y casi lo prefería así. Bueno, ya estoy delante de la puerta. ¿Y ahora qué? Paro para respirar y contener otra vez la respiración, intentando escuchar algún ruido dentro de la habitación. Me intento preparar para cualquier posible sorpresa que pueda encontrar tras la puerta, sin dejar de preguntarme donde estoy y que está ocurriendo. De repente, casi sin ser consciente de ello, empujo lentamente la puerta, al tiempo que se produce un nuevo relampagueo y la habitación aparece ante mí y descubro que no estaba preparado.

No, eso no lo habría podido adivinar y definitivamente no estaba preparado para ello…

INSOMNE -2- EXTRAÑO

Tiempo actual. Madrugada del Martes.

Ante la luz espectral producida por el relampagueo, que deja poco efectiva la aportada por mi pequeña linterna, la habitación aparece como un dormitorio moderno, aunque no nuevo.

Aprecio un gran ventanal al fondo, por donde se ilumina el cielo oscuro nocturno con el relampagueo de un rayo cercano. Hay tormenta, pero no había anteriormente. El día había sido tranquilo y soleado en Alicante y no existía ninguna previsión de que pudiera producirse una tormenta eléctrica.

Los muebles, los accesorios y elementos que alcanzaba a vislumbrar me parecían ajenos, no solo a mi vivienda, sino casi a mi tiempo, como fuera de lugar.

Pero todo eso no fue lo que me dejó perplejo y desubicado…. Lo más impactante y para lo que no estaba preparado, era su mirada fija y penetrante, que me observaba complacidamente, como si llevara tiempo esperándome.

No supe que hacer durante varios segundos. La oscuridad había vuelto y mi linterna apenas arañaba ligeramente la penumbra, pero yo sentía sus ojos sobre mí.

Tenía que hacer o decir algo y me encontré esforzándome en filtrarlo todo para reaccionar de manera inteligente. Al final, sin que hubiera decidido formalmente que hacer, me salió un – ¿Quién es usted?- y mi voz sonó mucho menos segura de lo que me hubiera gustado.

Pareció una eternidad, pero solo fueron un par de segundos los transcurridos antes de que me contestara. Su voz sí que sonaba tranquila y sosegada, lo que no me pareció tan tranquilizador fue su respuesta -¿Quién quieres que sea?

¿Qué clase de respuesta es esa? Pensé, evaluando de nuevo la situación. Un extraño que está en mi casa… Bueno… o yo estoy en la suya. Mi mente ya no podía asimilar tanta incoherencia y me estaba poniendo muy nervioso.

El extraño intervino para intentar calmarme, interrumpiendo mi espiral de agitación nerviosa y me invitó a sentarme. En fin, ¿qué cambiaba eso la situación?… Volví a respirar hondo y me senté intentando aparentar tranquilidad. La silla también era extraña, con un diseño que no había visto nunca, pero era cómoda y me relajé ligeramente, dejándome acomodar por su respaldo.

Hice acopio de la seguridad que pude y volví a hablar -No se trata de quien quiera que sea, quiero que me explique qué está pasando, donde estamos y quien coño es usted-. Acerté a decir con un tono bastante aceptable.

Su mirada se fijó más aun en la mía, como intentando captar toda mi atención. Lo cierto es que era casi hipnótica… y muy lentamente me contestó: -Todo a su debido tiempo.

Otro relámpago… Seguíamos en penumbra y pareció que compartimos esa idea, ya que en ese instante tocó un punto de la mesa y del techo surgió una luz clara y transparente que iluminó la zona de la habitación en la que nos encontrábamos. Todo me resultaba muy extraño y volví a repasar mentalmente las opciones con las que pudiera identificar esta situación, pero estaba demasiado aturdido y su mirada me tenía “conectado”.

Aproveché el momento para observarle más atentamente y hacer alguna anotación sobre su aspecto: era mayor, debía tener más de 80 años. Sus rasgos envejecidos eran afables y transmitían bondad, lo que había hecho que me relajara un poco, dentro del desasosiego lógico por lo extraño del momento. Vestía con un kimono o una bata de estar por casa, blanca, pero le quedaba elegante en la parte superior del cuerpo, que era la que podía ver desde mi posición.

Él continuaba guardando silencio, pero ahora la luz aportaba un plus de normalidad a un escenario tan absurdo. Acerté a apagar la pequeña linterna, lo que me permitió desbloquearme un poco y reponerme de mi situación de asombro. Justo cuando iba a insistir con mi interrogatorio, me interrumpió sin brusquedad. –Sé que necesitas respuestas, pero a veces éstas deben llegar como una iluminación, no como una explicación poco creíble.

-¿Poco creíble? Creo que ahora mismo no sé en qué puedo creer y en qué no. Pero sí, algo a lo que pueda agarrarme no estaría mal- Tal vez fui demasiado sincero, pero ya era tarde y debía mantener el tipo –¿Algo podrás decirme?- y mi voz sonó casi como un ruego, aunque intentara dotarla de fuerza y temperamento.

-Créeme que te entiendo mejor de lo que tú piensas. Tengo muchos años y sabe más el Diablo por viejo, que por diablo-

-¿Eres el Diablo?- Y un escalofrío me recorrió la espalda esperando su respuesta.

-Ja, Ja, Ja- Su risa me heló la sangre ¿Qué significaba? ¿Qué lo era, o que le hacía gracia que lo pensara? -¡No soy el Diablo! Era una frase hecha. No estés tan a la defensiva. Estoy aquí para ayudarte y puedes confiar en mí.

Medité un instante sobre sus palabras y decidí que no podía confiar en él. De hecho en ese momento no confiaba ni en mí mismo y me parecía que mis sentidos me estaban jugando una mala pasada. De todas maneras empezaba a sentirme un poco más cómodo con la situación e intenté animar la conversación –Entonces tachamos lo del Diablo.

-¡Sí, táchalo! Aunque una cosa te voy a decir, tampoco soy un santo… Creo que Dios y el Diablo están en cada uno de los hombres.

-Si eres un testigo de Jehová, hubiera preferido un horario más al uso- Me noté un poco más centrado al acercarme al sarcasmo. Siempre me he movido bien en esos diálogos ambiguos entre lo serio y lo sarcástico.

-¿No estabas estudiando Filosofía? Me pareció que podría plantearte temas existenciales- Ahí me pilló desprevenido y me volvió a descolocar ¡Sabe cosas sobre mí! Me volvieron todas las dudas de golpe -Sería una pérdida de tiempo, que habláramos solo de temas intrascendentes ¿No te parece?

Me preguntaba lo que me parecía… No estaba yo muy católico, pero tampoco veía cómo abordar el asunto… Temas intrascendentes… Temas existenciales… ¿Qué diablos estaba pasando?

La tormenta eléctrica había remitido y ahora llovía copiosamente. Me quedé mirando al ventanal y me entretuve en seguir la caída de las gotas que resbalaban por el cristal. Me sentía muy cansado y solo me apetecía irme a dormir. La inquietud y el miedo me habían sobreexcitado. Seguía intrigado y quería respuestas, pero por otro lado, estaba pegándome el bajón… Cerré los ojos un momento, pero seguía viendo los ojos del extraño. Se me calló la linterna de la mano, pero no tenía importancia.

No le había preguntado su nombre. Fue lo último que pude pensar…

INSOMNE -3- AMANECER

Mañana del Martes.

Abrí un ojo para comprobar si había luz. Ya era de día. Aunque las persianas seguían bajadas entraba luz por las rendijas superiores. Me forcé a abrir el otro ojo y terminé de despertar. De golpe, me invadió una ola de desasosiego, mientras los recuerdos de la noche anterior volvían a mi consciencia. ¿Recuerdos o Sueños? Con la pregunta flotando aún en mi mente, hice un esfuerzo para mantener la calma y eché un vistazo a mi alrededor. Todo parecía normal. Me incorporé y abrí un poco una de las persianas, para comprobar detalladamente el paisaje de la habitación: nada extraño. Había desorden, pero era el normal en una mañana laboral.

Mi mujer no estaba. Se habría ido a trabajar temprano, usando el transporte público. Eso tampoco estaba fuera de lo habitual, ya que algunos días yo entraba a trabajar una hora más tarde que ella.

Poco a poco, la idea de que el episodio de la noche anterior se había tratado de una pesadilla, iba cogiendo cuerpo en mi mente. Me tranquilizaba pensarlo, aunque no podía olvidar lo vívido que seguían esos momentos en mi ánimo y la angustia soterrada que seguían generando.

Era tarde y había que ponerse en marcha: asearse, vestirse y marchar al trabajo. Antes de iniciar el rito cotidiano, no pude evitar acercarme a la puerta de mi habitación, que se encontraba entornada y abrirla con cuidado. Miré con cierta prevención hacia el pasillo…

Todo estaba como siempre. Era mi pasillo, era mi puerta, eran mis interruptores… estaba cuerdo. Evidentemente se había tratado de una pesadilla y no había nada por lo que preocuparse. Podía continuar con mi vida normal… y sin embargo una pequeña luz de alarma seguía encendida en un lejano rincón de mi cabeza.

Mientras me duchaba, canté algunas canciones para relajar la mente: Pedro Navaja de la Orquesta Platería, la rana y el príncipe de Serrat y los fantasmas del Roxy, también del maestro. Como dice el refrán, cuando el español canta, o está jodio o poco le falta. Hay otro que dice que los males espanta, pero en mi caso no lo había conseguido.

Afeitándome, mis pensamientos seguían dando argumentos para tranquilizarme y recordé que hace un par de semanas tuve un sueño en que huía con un niño pequeño de la mano, mientras que unos vampiros nos perseguían para matarnos. Resultaba que el niño y yo también éramos vampiros caídos en desgracia. Me desperté sudando y con el miedo en el cuerpo, pero con la certeza de haber padecido un sueño.

Ah y hace un mes fue peor. Soñé que jugábamos en una piscina, a tocar la pared sin que el contrincante pueda tocarte antes a ti. Yo nadaba de un lado a otro intentando esquivar a mi contrincante, que en el sueño se trataba de un compañero de trabajo. En un descuido suyo, esprintaba hacia el fondo para tocar la pared. El otro se acercaba a mí a gran velocidad, pero creía que podía conseguirlo, así que salté desesperadamente para tocar la pared y ganar. ZAS, salté de verdad y con fuerza, cayendo de la cama. Eran las 5 de la madrugada. Mi mujer se despertó sobresaltada preguntando lo que había pasado. La tranquilicé explicando lo ocurrido y aunque yo había recobrado el control rápidamente, me había dado un trompazo considerable contra el suelo. Sangraba en la barbilla, por un corte que me había hecho con la esquina de la mesita de noche y me dolían el cuello, el hombro y el costado, con el que había aterrizado “fuera del agua”. Lo peor es que no sé si llegué a ganar…

Estuve renqueante del cuello y el hombro más de una semana, pero evidentemente se había tratado de otro sueño. Eso mismo tenía que haber sucedido de nuevo. Otro sueño, más elaborado e inquietante, pero igual de inofensivo. Me dejé llevar por unos instantes y declamé en voz alta la maravillosa frase de Calderón de la Barca: Que la vida todo es sueño y los sueños, sueños son. Me propuse releerla después de acabar con la trilogía de la torre oscura de Stephen King, que estaba leyendo ahora. Seguí divagando y recordé el chiste sobre la obra de Calderón: La vida es barca, Calderón de los sueños.

Por un instante, me había evadido del problema, pero a pesar de haberlo hecho y a pesar de los argumentos que había intentado esgrimir para autoconvencerme, la lucecita seguía parpadeando… La alarma decía: no me convence ¡No me convence!

Salí con el coche de casa y el día me envolvió en su compleja telaraña de rutina. Las noticias en la radio, el tráfico agobiante y una llamada telefónica que te empujan a la realidad del día a día. En el trabajo ya te esperan decisiones y tareas apremiantes, que te absorben y te hacen permanecer en un plano más prosaico, no dejando espacio para reflexiones profundas.

Trabajo, alguna conversación intrascendente sobre actualidad política, futbol o alguna película que alguien vio el fin de semana. Comer, terminar un par de cosas y el día se ha ido en un suspiro. Otro día al limbo. A los hombres nos gusta creer que matamos el tiempo, pero es el tiempo el que acaba matándonos a nosotros de manera inexorable.

Durante la cena, después de ver las noticias, tan frustrantes y deprimentes como siempre, bajé la voz a la TV y comenté con mi mujer la historia del sueño, bueno, pesadilla. Ella me contaba un problema que había tenido con su jefe, un gilipolla integral que pretendía cobrar sin dar un palo al agua y descargaba sobre ella las responsabilidades. Así que me pareció más importante darle apoyo en el tema y no insistí con mi obsesionante pesadilla. Al fin y al cabo, solo era eso, una pesadilla y no tenía importancia, pero seguía viendo ese pequeño parpadeo, al fondo a la derecha…

Me despisté y dejé de oír a mi mujer, aunque probablemente parecería que seguía atendiendo, pero yo me encontraba en aquella habitación y volvía a ver los ojos del extraño, mientras escuchaba en mi mente sus inquietantes palabras:

Todo a su debido tiempo. Todo a su debido tiempo.

INSOMNE -4- CERTEZA

Miércoles noche.

Decidí tomarme una pastilla para dormir. Después de la noche anterior, había tenido un día agotador y necesitaba descansar bien 6 o 7 horas. Mañana tenía un par de reuniones que requerirían estar concentrado.

Apagué la TV, no tenía ganas de debates fútiles y mi mujer ya dormía plácidamente. Ya eran más de las 12 y la pastilla empezaba a surtir efecto. No quería pensar en el trabajo, ni quería volver a revivir los sucesos de la noche anterior. Dormir, tal vez soñar…

Todo se fue atenuando y alejando. La oscuridad me acogía con suavidad y yo me dejaba llevar plácidamente. La lucecita ya no parpadeaba, no había nada, me había dormido.

Me desperté descansado como si hubiera dormido 8 horas, pero eran las 3 de la madrugada. Buena hora para miccionar. Di un par de vueltas esquivando la necesidad, pero era mejor hacerlo rápido y a oscuras para no acabar desvelado.

El baño interior facilitaba mucho el proceso y las lucecillas de los aparatos que nos rodean, permiten un viaje sin tropiezos. Ya volvía hacia la cama, cuando miré el reloj, sorprendiéndome ante la coincidencia de la hora que marcaba: las 3:33.

Incomprensiblemente una ola de preocupación me invadió, haciendo que mi corazón se acelerara. Contuve la respiración intentando escuchar o sentir algo ¿Solo era una coincidencia? ¿No habíamos quedado en que todo había sido una pesadilla? Conversaba conmigo mismo tratando de tranquilizarme, para poder acostarme de nuevo, pero mis 2 yos sabían que volver a dormirme iba a ser bastante complicado.

Con el comodín de la pastilla agotado, pensé en bajar a tomar un vaso de agua, pero ¿y si salir suponía volver a padecer la alucinación?… Tampoco tenía tanta sed. Encender la tele no procedía. Leer un rato podía facilitar el sueño, pero casualmente el lector se encontraba abajo en el salón. Todos los caminos llevaban a Roma.

Me percaté de que seguía conteniendo la respiración. Agucé los sentidos de nuevo. No oía nada raro, ni veía ninguna luz que proviniera del pasillo. Mi hijo dormía en la buhardilla, pero podía bajar al aseo de nuestra planta. Era absurdo que tuviera miedo a salir de la habitación.   

Me sentía como ese niño que ha visto una película de miedo y no se atreve a apagar la luz. Era bastante frustrante. Me acuerdo que con 18 años leí el exorcista. Lo hacía por las noches antes de dormir. Cuando terminaba y apagaba la luz, me quedaba un rato luchando conmigo mismo, intentando convencerme de que solo era una historia de ficción, mientras me reafirmaba en mi agnosticismo. El diablo no existe. El diablo y el infierno están en nuestra propia mente. Pero el miedo a que existiera también existía y alguna vez tuve que encender la luz y recuerdo haber mirado debajo de la cama.

Había pasado mucho tiempo, para seguir atascado en los mismos miedos, me reprochaba mi yo racional. Había que tener más determinación y más confianza. Fue una pesadilla y ya está bien… ¡Maldita lucecita parpadeante!

Recordé la escena de “La barca sin pescador” de Alejandro Casona, en la que el diablo se le aparece al protagonista. El diablo le ofrece un pacto por su alma, argumento repetido en múltiples obras, pero que siempre da juego para filosofar sobre lo divino y lo humano. Si aceptaba el trato, le devolvería la fortuna que acababa de perder y el solo tendría que poner el dedo sobre la bola del mundo y desear la muerte de alguien desconocido. Era un experimento sobre el deseo, el remordimiento y la redención, que se expone en la obra de manera muy interesante. Buena obra de teatro que también se deja leer muy fácil. Pero lo que me vino a la cabeza en ese momento, fue la reflexión del protagonista una vez el diablo se había marchado. Él piensa que todo había sido un sueño y eso me recordaba clarísimamente mi sensación actual. Antes de que la fortuna volviera a sus manos, el protagonista encuentra un guante blanco que el diablo se había quitado y dejado sobre la mesa y eso le demuestra de manera fehaciente que el encuentro había sido real.

Conforme lo recordaba, una idea se hacía hueco en mi cabeza y me llenaba de desasosiego. Cuando me encontraba con el extraño y perdía la consciencia, llevaba mi linterna. Luego aparecí en mi cama. Si fue un sueño, la linterna estará en su sitio, en la cesta de la cabecera de la cama. Como no lo había pensado antes. Estaba claro que eso demostraría que solo había sido una jugarreta de mi subconsciente.

Me acerqué a la cesta y busqué a tientas. Su tacto era característico y siempre la había encontrado con facilidad. Cogí la cesta, agobiado y la puse en mi regazo para poder buscar mejor. Era inútil. Estaba claro que allí no se encontraba. Encendí la lamparita para asegurarme y no pude reprimir un ¡Mierda!, que casi despierta a mi mujer. La linterna no estaba, pero podría estar en otro sitio y tener una razón explicable y lógica.   

Lo que me había sobresaltado era otra cosa. Otra vez el pánico se apoderó de mí. Mi parte racional había perdido la batalla y ya tenía muy claro que no se había tratado de una pesadilla. La linterna era un factor de duda, pero no definitorio. En cambio ahora, la duda ya no era una opción.   

No podía dejar de mirar al reloj, mientras el corazón cabalgaba acelerado y un calor físicamente injustificado me hacía sudar en la nuca. Después de todo el tiempo que había transcurrido, como podían seguir siendo las 3:33. Eran demasiadas incongruencias.

La lucecita parpadeante ocupaba casi toda mi cabeza y tenía la inquietante certeza de que no tardaría mucho en volver a encontrarme con el extraño.

SACRIFICIO DE PEÓN

SACRIFICIO DE PEÓN

El campo de batalla estaba preparado y como si de un ritual se tratara, los contendientes ubicaban sus ejércitos para empezar la contienda. Una guerra se puede perder antes de iniciarla, por eso es importante, cada gesto, cada mirada, cada decisión que se toma. Un cruce de miradas te puede hacer intuir la estrategia que debes desplegar. Maquiavelo avisaba a su príncipe de ello.

Un trebejo tras otro fue ocupando su escaque, hasta que todos estaban en su sitio. El ejercito de las 16 piezas blancas, contra el de las 16 piezas negras: Las torres esquinadas protegiendo sus territorios. Los alfiles y los caballos dispuestos a recorrer el frente de batalla. La dama y el rey poderosos, pero este último necesitado de protección, porque su muerte representa la derrota.

Y delante de ellos, como una muralla defensiva, los peones, de rudimentario movimiento, pero fieles y robustos. Cuántas batallas se han resuelto gracias a ellos.

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